sábado, 18 de junio de 2011

Relato ganador de febrero 2011 de la Biblioteca

NEGRI
De Sara García Lambán, 6º



Hola, me llamo Negri y me voy a presentar. Mido cuarenta centímetros, tengo los ojos marrones y soy negra; por eso me llaman Negri.
¡Ah!, se me olvidaba, soy una muñeca.
Mi historia comienza cuando un día de Reyes me regalaron a una niña llamada Andrea. Andrea tenía 6 años, era una chica de pelo moreno, ojos verdes y muy simpática. Desde el momento en que la ví me gustó mucho y yo a ella también, porque se alegró mucho al verme. Desde el primer día fuimos muy buenas amigas. Andrea me ponía unos vestidos muy bonitos, como los que llevaba ella cuando era bebé. Dormía con ella en su habitación y también tenía un armario donde guardaba mi ropa, una cuna para dormir, una silla de paseo, una silla para ir en el coche de viaje y una cocinita donde Andrea me preparaba los biberones y la comida.
Estábamos todo el día juntas y yo pensaba que era una muñeca muy afortunada. Fueron pasando los años y cada vez Andrea me hacía menos caso. Ella iba creciendo y yo pensaba que me estaba olvidando.
Terminé pasándome todos los días sentada en mi silla en la habitación de Andrea. Ella ya nunca me llevaba de paseo cuando se iba.
Yo estaba muy triste y no entendía nada de lo que pasaba. ¿Cómo puede ser que mi mejor amiga me haya olvidado? Un día oí a Andrea hablar con su madre sobre mí. Me puse muy contenta y traté de escuchar lo que decían. Y mi alegría se volvió en gran tristeza, ya que estaban hablando de deshacerse de mí. El fin de semana siguiente me lavaron y me metieron en una caja. Estaba totalmente oscuro y yo estaba muy asustada. ¿Qué iba a pasar conmigo?
Me llevaron a una ONG, donde me juntaron con muchos otros juguetes. Pasaron unos días, nos metieron en un avión con destino a un país muy pobre de África.
Oí que se abría mi caja y me encontré delante de una niña negrita igual que yo. La niña se alegró muchísimo al verme y me daba abrazos y besos.
En ese momento entendí todo lo que había pasado: Andrea al crecer ya no me necesitaba y, aunque me seguía queriendo, me había regalado para hacer feliz a otra niña.
Yo comprendí que mi función es hacer feliz a los niños y desde ese día volvía a ser feliz.

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